Democracia y mercado a pesar de las limitaciones
La crisis financiera internacional ha generado una nueva burbuja, esta vez ideológica y política, con una verborragia antimercado que pretende hacernos pasar el brulote de que los sistemas económicos regimentados por iluminados intelectuales o burócratas son mejores que el mercado para el logro del bienestar general.
¿Son las evidentes y muy criticables fallas del mercado y del Estado las que han originado la crisis de marras, razón suficiente para renegar del primero? ¿Se puede abjurar del mercado a partir de la crisis del sistema financiero internacional, sin evaluar lo que la Economía de mercado ha producido desde 1980 en bienestar para centenas de millones de personas en todo el planeta?
Como dice el afamado sociólogo norteamericano Michael Walzer, los políticos mentirosos, que ofrecen lo que no pueden cumplir, que comprometen sus principios, o la corrupción, "evidentes fallas, no constituyen un argumento contra la democracia".
A la humanidad le ha tomado siglos construir sus dos instituciones primordiales: la democracia y el mercado; ambos han acentuado su positiva influencia en el mundo desde los años 80. La democracia, extendiendo su vigencia como lo explica Francisco Miró Quesada Rada en su columna "La ola de Huntington". El mercado, reduciendo la pobreza global del 52,2% en 1981 a 25,7% en el 2005; o de 1.913 millones de personas en 1981 a 1.400 millones en el 2005, medido sobre la base de ingresos menores a US$1,25 por día, según la publicación de agosto pasado de Shaohua Chen y Martin Ravallion del Banco Mundial.
En América Latina no lo sentimos así porque nuestra performance está muy por debajo de la global. Según la misma referencia, mientras la pobreza mundial se redujo en 51%, la nuestra lo hizo solo en 33%, siendo Latinoamérica una de las regiones de mayor potencial de desarrollo del planeta.
La razón de nuestro atraso relativo es justamente la debilidad de nuestras democracias y de nuestros mercados. En el caso peruano, hasta hace pocos años nuestros izquierdistas no creían en la democracia, y hasta ahora no creen en el mercado. Qué pena que esta crisis les robe la oportunidad de evolucionar hacia el pensamiento prevaleciente en el Asia y Europa del Este.
Pero si los predicadores del antimercado en el Perú creen que representan el sentir popular, están muy equivocados; pues mientras nuestros políticos e intelectuales de izquierda defendían sus espacios de influencia, nuestro pueblo estaba luchando por sobrevivir de la paradójica asfixia y ausencia del Estado, creando sus propios mercados. Mercados de los que no solo tuvimos el colchón social para superar el estancamiento, sino también la movilidad social que ha encumbrado a muchos de nuestros empresarios emergentes a la cúspide de la economía.
En cuanto a la pobreza dura, la de la sierra rural, décadas de asistencialismo no han logrado ningún cambio significativo. En el nuevo Perú, que buena parte de nuestra clase dirigente no ve, desde la sociedad civil, una pequeña ONG, el IAA, dirigida por un inteligente ex líder izquierdista, don Carlos Paredes Gonzales, y la Federación Regional de Campesinos del Cusco, otrora gremio radical, han producido una revolución productiva que ya sacó de la pobreza a 30.000 familias campesinas altoandinas y minifundistas. Ellos supieron pasar de la protesta a la propuesta, y del lenguaje de la reivindicación al de la productividad.
Sierra Productiva, recién descubierta por el Estado, es el mejor ejemplo de un programa efectivamente inclusivo, que alienta el acceso de los pobres a la economía de mercado mediante el aumento de productividad de los oficios tradicionales.
Lo logra adaptando tecnologías conocidas, con un proceso de cambio generado por el propio sujeto de cambio, aumentando sustancialmente la productividad del minifundio andino, con impactos profundos y múltiples en lo económico y social, a bajos costos y con cofinanciamiento de las familias campesinas, y que produce sus resultados en el cortísimo plazo.
Para salir de la pobreza necesitamos más y mejor democracia y mercado.
¿Son las evidentes y muy criticables fallas del mercado y del Estado las que han originado la crisis de marras, razón suficiente para renegar del primero? ¿Se puede abjurar del mercado a partir de la crisis del sistema financiero internacional, sin evaluar lo que la Economía de mercado ha producido desde 1980 en bienestar para centenas de millones de personas en todo el planeta?
Como dice el afamado sociólogo norteamericano Michael Walzer, los políticos mentirosos, que ofrecen lo que no pueden cumplir, que comprometen sus principios, o la corrupción, "evidentes fallas, no constituyen un argumento contra la democracia".
A la humanidad le ha tomado siglos construir sus dos instituciones primordiales: la democracia y el mercado; ambos han acentuado su positiva influencia en el mundo desde los años 80. La democracia, extendiendo su vigencia como lo explica Francisco Miró Quesada Rada en su columna "La ola de Huntington". El mercado, reduciendo la pobreza global del 52,2% en 1981 a 25,7% en el 2005; o de 1.913 millones de personas en 1981 a 1.400 millones en el 2005, medido sobre la base de ingresos menores a US$1,25 por día, según la publicación de agosto pasado de Shaohua Chen y Martin Ravallion del Banco Mundial.
En América Latina no lo sentimos así porque nuestra performance está muy por debajo de la global. Según la misma referencia, mientras la pobreza mundial se redujo en 51%, la nuestra lo hizo solo en 33%, siendo Latinoamérica una de las regiones de mayor potencial de desarrollo del planeta.
La razón de nuestro atraso relativo es justamente la debilidad de nuestras democracias y de nuestros mercados. En el caso peruano, hasta hace pocos años nuestros izquierdistas no creían en la democracia, y hasta ahora no creen en el mercado. Qué pena que esta crisis les robe la oportunidad de evolucionar hacia el pensamiento prevaleciente en el Asia y Europa del Este.
Pero si los predicadores del antimercado en el Perú creen que representan el sentir popular, están muy equivocados; pues mientras nuestros políticos e intelectuales de izquierda defendían sus espacios de influencia, nuestro pueblo estaba luchando por sobrevivir de la paradójica asfixia y ausencia del Estado, creando sus propios mercados. Mercados de los que no solo tuvimos el colchón social para superar el estancamiento, sino también la movilidad social que ha encumbrado a muchos de nuestros empresarios emergentes a la cúspide de la economía.
En cuanto a la pobreza dura, la de la sierra rural, décadas de asistencialismo no han logrado ningún cambio significativo. En el nuevo Perú, que buena parte de nuestra clase dirigente no ve, desde la sociedad civil, una pequeña ONG, el IAA, dirigida por un inteligente ex líder izquierdista, don Carlos Paredes Gonzales, y la Federación Regional de Campesinos del Cusco, otrora gremio radical, han producido una revolución productiva que ya sacó de la pobreza a 30.000 familias campesinas altoandinas y minifundistas. Ellos supieron pasar de la protesta a la propuesta, y del lenguaje de la reivindicación al de la productividad.
Sierra Productiva, recién descubierta por el Estado, es el mejor ejemplo de un programa efectivamente inclusivo, que alienta el acceso de los pobres a la economía de mercado mediante el aumento de productividad de los oficios tradicionales.
Lo logra adaptando tecnologías conocidas, con un proceso de cambio generado por el propio sujeto de cambio, aumentando sustancialmente la productividad del minifundio andino, con impactos profundos y múltiples en lo económico y social, a bajos costos y con cofinanciamiento de las familias campesinas, y que produce sus resultados en el cortísimo plazo.
Para salir de la pobreza necesitamos más y mejor democracia y mercado.